¡Quédense en casa! (cuanto nos cuesta)

Hoy una de las principales medidas de prevención al COVID-19 es ¡quédese en casa!, definitivamente no es un juego, y aún si usted no se contagia pudiera contagiar a otros. Más allá de las afinidades ideológicas, de las diferencias políticas hoy la mayoría esta de acuerdo en que es lo que nos toca hacer. Sin embargo, ¿es fácil quedarse en casa?

La primera reacción que pudiéramos experimentar es la sensación de poder tener tiempo para descansar, que esto puede parecerse a unas vacaciones, pero rápidamente entendemos que cuarentena es otra cosa. Nos asalta el temor de qué pasará con nuestro trabajo, con el ingreso. La comida que hay en casa puede tornarse insuficiente y el panorama se hace incierto.

Sin embargo, puede que lo que nos cueste más de permanecer en casa no sea pensar en el sustento material (y sabemos que importa) sino el no saber qué hacer en casa. Hemos llenado nuestra vida de un sinfín de distracciones; el teléfono, televisor, las redes sociales, música, en fin… Cada vez más nos lanzamos a nuevas formas de mantenernos comunicados y conectados con el mundo, pero cada día menos cerca de las personas con quienes vivimos.

Sabemos poco de la vida de nuestros hijos, pareja, familia. Probablemente si nos preguntan diremos que sí sabemos, que hablamos todo el tiempo, pero habría que preguntarle a ellos hasta que punto es así. En casa solemos conversar sobre lo cotidiano, lo que hay que resolver, pero dejamos muy poco espacio para conocer.

Hoy podemos experimentar mucha ansiedad y en buena medida porque al estar en cuarentena no hay red social que llene el vacío de eso que hemos estado dejando de mirar en casa. Nos toca la retadora tarea de reconectarnos con los otros. La recomendación en este caso puede hacernos ruido, porque solemos escuchar mensajes que nos invitan a desconectarnos de la vida y las preocupaciones, no obstante, considero que es justo esta desconexión la que luego nos juega en contra.

Conectarse con los otros implica escuchar hacer una pausa, darnos lugar para observar, interpretar los silencios, regalarnos momentos propios. Quizá esto nos lleve a tener que hacer frente a tensiones no resueltas, conflictos no dichos, pero a fin de cuentas tarde o temprano deberemos hacer frente a nuestra vida.

 

Para quedarnos en casa hace falta más que un decreto de cuarentena, se requiere querer estar en casa.

 

 

 

Pandemia

El mundo esta conmocionado por el COVID-19 o mejor conocido como “Coronavirus”. Ya van más de 153.543 casos en 114 países del mundo según reporta  la Universidad Jhon Hopkins de Baltimore en Estados Unidos. Solamente en China hay más de 3.000 casos y en Italia unos 1.441. Circulan en redes los videos de cómo las cuarentenas son vividas en el mundo. Los balcones con personas resistiendo frente a un virus que ha cambiado la forma en que vemos la vida son parte del paisaje.

Hoy circula por todos los medios posibles información sobre el número de casos, medidas de prevención y su eficacia. Sin embargo, poco hablamos sobre el impacto emocional que este contexto produce en nosotros. No soy un experto en epidemiología y no pretendo explicar todos los pormenores del virus, pero si quisiera pensar junto a ustedes sobre cómo esto afecta nuestras emociones.

Abundan los audios, fake news, expertos, gurus, opinadores, madres, padres y personas preocupadas que en algunos casos pueden haber visto cambiar su vida de un día para otro. En un mundo globalizado el virus se ha propagado con una velocidad tal que obligó a la OMS a declararlo una Pandemia. Lo cual implica una epidemia (o aumento de rápido de casos que tras alcanzar un punto máximo sufre una disminución) que se extiende en varios países de forma simultánea.

Gobiernos de todas partes del mundo, sin importar su tono ideológico se ven presionados a adoptar medidas tan extremas como cerrar fronteras, cancelar vuelos, decretar cuarentenas. En medio de toda esta vorágine nos encontramos tu y yo. Tú desde el otro lado de un teléfono móvil o un computador y yo desde las teclas del mío planteando estas ideas. Lo que nos conecta es que probablemente ambos estamos en casa sin saber cuánto tiempo durará esto y cómo podemos afrontarlo.

Permanecer en casa cuando el mundo amenaza con colapsar definitivamente no es un período vacacional. No es una pausa sencilla de llevar. Especialmente porque alimentos, insumos médicos, combustible y otros elementos básicos escasean tanto en “el primer mundo” como en los países en “vías de desarrollo”. No pretendo en este artículo vender una promesa enlatada de cómo rápidamente te sentirás mejor frente a la situación que vivimos, pero si quiero invitarte a pensar cómo lo estas viviendo.

Vivir este momento nos obliga a hacer un alto a nuestra cotidianidad, pensar cómo estamos viviendo y cómo nos estamos sintiendo. Probablemente nos toque permanecer encerrados en casa con nuestra familia, pareja u otras personas y conforme pasen los días la dinámica podría hacerse más áspera si no hacemos consciente qué sucede con nosotros.

En ese sentido, el primer paso es hacernos conscientes de cómo nos sentimos, de qué emociones están apareciendo en nosotros y los pensamientos asociados. Quizá necesites algún momento a solas para poder procesar esto. Puede ser conveniente ubicar al menos un espacio de la casa para hacerlo (hasta el baño vale).

Es posible que surjan sentimientos que nos hagan conscientes de nuestra vulnerabilidad, de lo frágiles que somos frente a eventos como este y sobre todo, nos deje en claro que hay situaciones que no podemos controlar. En ese sentido, es crucial reconocer que el COVID-19 forma parte de nuestro entorno y no podemos manejar de forma directa su resolución. Lo que sí podemos hacer es incorporar una serie de hábitos en nuestra rutina que nos ayuden a minimizar el riesgo de contagio.

 

Lavarse las manos con jabón, evitar estornudar o toser sin cubrirse con el brazo son algunas de ellas. Buscar atención médica cuando se tenga elevación de temperatura o síntomas asociados a cuadros virales es recomendable. No obstante, así como estas son medidas críticas, también ha de serlo preservar tú salud mental.

Es recomendable en medio de la cuarentena o movilidad reducida poder incorporar ciertos ejercicios físicos, meditación, lecturas y rutinas. Estas últimas nos ayudan a orientarnos y gestionar la incertidumbre que aparece en un panorama para el que nadie estaba suficientemente preparado. Es importante también que hagas un balance entre el volumen de información que necesitas para tomar decisiones cotidianas y aquel que es capaz de angustiarte y paralizarte.

Lo quieras o no estamos juntos en esto. Debemos asimilar que nuestras dinámicas han cambiado y quizá todo eso que no querías ver de ti mismo salta en tu cara al bajar el ruido de ambiente y verte solo en casa. Frente a esto puedes elegir o no aprender algunas lecciones y hacer de este tiempo uno valioso o perdido. No pretendo con esto hacerte un llamado pseudomístico y pedirte que agradezcas la ocasión. Acepta que estás pasando por este momento y haz los ajustes del caso, no sabemos por cuánto tiempo estaremos en esto. Obviamente lo que comparto contigo es algo que puedes desechar o tomar,  sin embargo, te recomiendo no dejes de lavarte las manos.

Un hombre cuerdo está a un mal día de la locura.

Leyendo un artículo escrito por Angeyeimar Gil en el Pitazo, sobre el Joker me animé a escribir estas líneas puesto que esa frase a la que hace mención la autora hace perfecto sentido a lo que me ha tocado vivir esta semana. Trabajo en Cecodap, coordinando un centro de atención psicológica y noto con  preocupación cómo la situación de la salud mental de los niños y sus familias es cada vez más precaria. Esta semana, solo por citar un ejemplo recibimos la noticia de que en 7 de los casos que atendemos ha aparecido un riesgo suicida considerable e inclusive algunos intentos solo en lo que va de año. Al menos otras 7 solicitudes nuevas (durante esta semana) tendrían que ver con niños y adolescentes que han manifestado deseos de acabar con sus vidas. De un colegio nos contactan para abordar con adolescentes el impacto que dejó el que una adolescente de 5to año cometiera suicidio.

Tras esto, junto al equipo de Psicologos con quienes trabajo nos preguntábamos ¿Qué podemos hacer? Lamentablemente, no hay instituciones del Estado que ofrezcan respuesta efectiva en este momento frente a estos temas, mucho menos especializada en niños. Lo poco qué hay se hace desde la sociedad civil con un esfuerzo increíble, sin embargo, no es suficiente.

La frase con la que comencé este artículo es clave, puesto que en la Venezuela de hoy cualquier persona esta a un mal día de la locura. No hablo en este caso de la psicosis o de diagnósticos estructurales, sino más bien, de personas que pudiéramos considerar “normales” y que al no tener cómo amarrarse a la vida terminan por jugársela. Al no tener la esperanza de que las cosas puedan ser mejores, solventar los problemas que viven comienzan a pensar que la vida no tiene propósito.

La patología mental existe, sin embargo, al ver el creciente repunte de la dinámica del suicidio, depresión y otras alteraciones del estado de ánimo, creo que estamos ante algo más. No son personas que teniéndolo todo piensan o deciden acabar con su vida. Hablamos de personas que han perdido lo que conocían, aquello por lo que lucharon, e inclusive a sus seres queridos. Viéndolo así, parece que más que con diagnósticos hoy lidiamos con una sociedad profundamente enferma.

Lamentablemente los cambios en el panorama nacional parecen no llegar al ritmo que los necesita la gente. Esto nos alerta sobre el riesgo de que más personas se vean empujadas a los límites de sus capacidades y puedan resultar gravemente afectadas. Es por ello, que hoy cada vez más convencido insisto en que la salud mental es prioritaria, ya no como un lujo de la clase media o alta. La salud mental como derecho humano, como necesidad imperiosa para sobrevivir a una emergencia.

Todos estamos llamados a promoverla, no es solo tarea de psicólogos, psiquiatras, o personal afín a estas áreas. Cada uno de nosotros, desde el docente en su aula de clases al empresario, desde el trabajador del aseo urbano hasta el director de un hospital. Tenemos una responsabilidad con los otros, pero especialmente con nosotros. Atendernos, mirarnos, evaluar cómo nos sentimos, pensar si estamos teniendo momentos para conectarnos con la vida.

5 minutos al día

Quiero cerrar este artículo invocando una respuesta para el lector (no una panacea) que ha sido útil en contextos críticos. Un día tiene 1440 minutos, es común pensar que no tenemos tiempo para nada. Sin embargo, pensar en 5 minutos del día para reconectarnos con la vida aún le deja 1335 para el resto del mundo. Muchas veces no nos damos cuenta y esos 5 minutos se nos van entre el teléfono y otras actividades que ni siquiera percibimos como distracciones. El tema de los 5 minutos básicamente consiste en identificar un momento del día y hacerlo sagrado. Ese instante que me hace feliz: el café de la mañana, mirar por la ventana, escuchar música, rezar, meditar, hablar con alguien… Básicamente puede ser cualquier cosa, sin embargo, la clave está en vivir plenamente ese momento. Regalarme ese instante de paz que me produce bienestar. La mayoría de las cosas que las personas reportan cuando les he propuesto este ejercicio de hecho no cuestan dinero, implican una manera distinta de mirar lo cotidiano.

El estrés y las complejidades de la vida no van a disminuir, de hecho, tienden a incrementarse a lo largo de nuestro desarrollo. Entonces pareciera que la clave se aproxima a la forma en que gestionamos estas situaciones. No hay manera de lidiar con las tensiones de nuestro entorno sin cuidar de nosotros. Para cualquier persona sería evidente que una maquinaria se dañaría si no recibe cuidado o mantenimiento, pero no así que una persona que no cuida de sí mismo o experimenta bienestar también enferma. Creemos a veces que somos indestructibles y es justo entonces cuando tomamos las peores decisiones.

La experiencia me dice que cuando comenzamos a darnos esos 5 minutos y vamos viendo sus efectos benéficos, luego nos damos cuenta que pueden ser 10, 15, 20, inclusive algunos se dan el permiso de darse una hora de las 24 que tiene el día. Invertir esa suma de tiempo es vital para protegernos, para mantenernos cuerdos. Al final del camino muchas veces lo que nos acerca o separa de la enfermedad mental no es nuestra predisposición, sino la capacidad cotidiana que tenemos de cuidar de nosotros, porque como dice el Joker hasta el hombre más cuerdo del mundo puede estar a un mal día de la locura.