Leyendo un artículo escrito por Angeyeimar Gil en el Pitazo, sobre el Joker me animé a escribir estas líneas puesto que esa frase a la que hace mención la autora hace perfecto sentido a lo que me ha tocado vivir esta semana. Trabajo en Cecodap, coordinando un centro de atención psicológica y noto con preocupación cómo la situación de la salud mental de los niños y sus familias es cada vez más precaria. Esta semana, solo por citar un ejemplo recibimos la noticia de que en 7 de los casos que atendemos ha aparecido un riesgo suicida considerable e inclusive algunos intentos solo en lo que va de año. Al menos otras 7 solicitudes nuevas (durante esta semana) tendrían que ver con niños y adolescentes que han manifestado deseos de acabar con sus vidas. De un colegio nos contactan para abordar con adolescentes el impacto que dejó el que una adolescente de 5to año cometiera suicidio.
Tras esto, junto al equipo de Psicologos con quienes trabajo nos preguntábamos ¿Qué podemos hacer? Lamentablemente, no hay instituciones del Estado que ofrezcan respuesta efectiva en este momento frente a estos temas, mucho menos especializada en niños. Lo poco qué hay se hace desde la sociedad civil con un esfuerzo increíble, sin embargo, no es suficiente.
La frase con la que comencé este artículo es clave, puesto que en la Venezuela de hoy cualquier persona esta a un mal día de la locura. No hablo en este caso de la psicosis o de diagnósticos estructurales, sino más bien, de personas que pudiéramos considerar “normales” y que al no tener cómo amarrarse a la vida terminan por jugársela. Al no tener la esperanza de que las cosas puedan ser mejores, solventar los problemas que viven comienzan a pensar que la vida no tiene propósito.
La patología mental existe, sin embargo, al ver el creciente repunte de la dinámica del suicidio, depresión y otras alteraciones del estado de ánimo, creo que estamos ante algo más. No son personas que teniéndolo todo piensan o deciden acabar con su vida. Hablamos de personas que han perdido lo que conocían, aquello por lo que lucharon, e inclusive a sus seres queridos. Viéndolo así, parece que más que con diagnósticos hoy lidiamos con una sociedad profundamente enferma.
Lamentablemente los cambios en el panorama nacional parecen no llegar al ritmo que los necesita la gente. Esto nos alerta sobre el riesgo de que más personas se vean empujadas a los límites de sus capacidades y puedan resultar gravemente afectadas. Es por ello, que hoy cada vez más convencido insisto en que la salud mental es prioritaria, ya no como un lujo de la clase media o alta. La salud mental como derecho humano, como necesidad imperiosa para sobrevivir a una emergencia.
Todos estamos llamados a promoverla, no es solo tarea de psicólogos, psiquiatras, o personal afín a estas áreas. Cada uno de nosotros, desde el docente en su aula de clases al empresario, desde el trabajador del aseo urbano hasta el director de un hospital. Tenemos una responsabilidad con los otros, pero especialmente con nosotros. Atendernos, mirarnos, evaluar cómo nos sentimos, pensar si estamos teniendo momentos para conectarnos con la vida.
5 minutos al día
Quiero cerrar este artículo invocando una respuesta para el lector (no una panacea) que ha sido útil en contextos críticos. Un día tiene 1440 minutos, es común pensar que no tenemos tiempo para nada. Sin embargo, pensar en 5 minutos del día para reconectarnos con la vida aún le deja 1335 para el resto del mundo. Muchas veces no nos damos cuenta y esos 5 minutos se nos van entre el teléfono y otras actividades que ni siquiera percibimos como distracciones. El tema de los 5 minutos básicamente consiste en identificar un momento del día y hacerlo sagrado. Ese instante que me hace feliz: el café de la mañana, mirar por la ventana, escuchar música, rezar, meditar, hablar con alguien… Básicamente puede ser cualquier cosa, sin embargo, la clave está en vivir plenamente ese momento. Regalarme ese instante de paz que me produce bienestar. La mayoría de las cosas que las personas reportan cuando les he propuesto este ejercicio de hecho no cuestan dinero, implican una manera distinta de mirar lo cotidiano.
El estrés y las complejidades de la vida no van a disminuir, de hecho, tienden a incrementarse a lo largo de nuestro desarrollo. Entonces pareciera que la clave se aproxima a la forma en que gestionamos estas situaciones. No hay manera de lidiar con las tensiones de nuestro entorno sin cuidar de nosotros. Para cualquier persona sería evidente que una maquinaria se dañaría si no recibe cuidado o mantenimiento, pero no así que una persona que no cuida de sí mismo o experimenta bienestar también enferma. Creemos a veces que somos indestructibles y es justo entonces cuando tomamos las peores decisiones.
La experiencia me dice que cuando comenzamos a darnos esos 5 minutos y vamos viendo sus efectos benéficos, luego nos damos cuenta que pueden ser 10, 15, 20, inclusive algunos se dan el permiso de darse una hora de las 24 que tiene el día. Invertir esa suma de tiempo es vital para protegernos, para mantenernos cuerdos. Al final del camino muchas veces lo que nos acerca o separa de la enfermedad mental no es nuestra predisposición, sino la capacidad cotidiana que tenemos de cuidar de nosotros, porque como dice el Joker hasta el hombre más cuerdo del mundo puede estar a un mal día de la locura.